martes, 24 de agosto de 2010

DECLIVE LIBERAL Y DICTADURAS MANIERISTAS : "LA DERECHA PERUANA DESCOMPUESTA"


                                      José Ramos Bosmediano, miembro de la Red Social para la Escuela Pública en las Américas, ex Secretario General del SUTEP

En menos de un año, entre octubre 2010 y abril del 2011, en el Perú se realizarán dos procesos electorales.  El primero, para la elección de gobiernos regionales y municipales.  El segundo, para elegir al nuevo Presidente de la República y a los representantes al Parlamento unicameral.  Ambos procesos forman parte del tránsito de la dictadura corrupta del fujimontesinismo de los años 90 del siglo pasado a la denominada “democracia”, es decir, a la democracia liberal, sueño tardío de la burguesía peruana republicana.  Todos los analistas convictamente burgueses y los proclives al régimen liberal han denominado al proceso que viene de noviembre del 2000 como “la transición democrática”, siguiendo, como siempre, los conceptos acuñados por la burguesía europea, particularmente de Portugal y España, derrotadas que fueron la dictaduras en aquellos países.

¿Transición o crisis de la democracia liberal?

Una transición política puede ser corta o larga, según el objetivo central de su actuación.  Corta, si se trata de pasar de una situación considerada anómala respecto a lo que se define como normal, como en el caso del Perú entre noviembre del 2000 a julio del 2001, es decir, todo el tiempo que duró el “gobierno de transición” del Dr. Valentín Paniagua luego de la derrota política de la dictadura fujimontesinista y la huida de su cabeza principal.  El objetivo de esa “transición” era reinstalar un gobierno legitimado por las urnas para “normalizar” la vida política del país.  En el sentido de lo inmediato, ese corto período fue una auténtica transición, que dejó atrás el régimen de trapacerías de los 90 del siglo XX.

Pero los analistas y políticos de la burguesía se refieren a una transición de mayor envergadura, de mayor contenido programático.  Para ellos, la “transición democrática” cubre un período más largo en el cual debe no solamente restituirse la legalidad y legitimidad usurpadas por la dictadura derrotada, sino el establecimiento de un auténtico estado de derecho, con todas las garantías económicas, sociales y políticas para el funcionamiento de una democracia burguesa moderna.  En este objetivo de largo aliento es donde nuestra burguesía, incluidos sus analistas, intelectuales, empresarios, políticos y hasta periodistas de opinión, fallan en toda la línea, llegando a la pobre conclusión de que la elección continuada de nuevos gobernantes significa ya el establecimiento de “la democracia”. Como el Estado peruano sigue adoleciendo de los mismos problemas heredados del pasado, con el agravamiento de algunos de ellos inclusive, la “transición democrática” se vuelve indefinida, perdiendo todo su contenido programático, convirtiéndose en mero discurso, como el del Presidente García cuando ofrece convertirnos en un país del “primer mundo” en el año 2021.
Lo que pasa es que nuestra clase dominante no tiene otro horizonte que convivir con la democracia burguesa formal y, cuando la situación lo requiere y sus intereses peligran, no tiene ningún escrúpulo para apoyar a los regímenes dictatoriales, como ha ocurrido con Leguía (1919 – 1939), Odría (1948 – 1956), y la de Alberto Fujimori – Vladimiro Montesinos (1990 – 2000).  Durante la dictadura de Velasco (1968 – 1975) hubo una fracción de la burguesía que se acomodó a la situación y acumuló ganancias; pero cuando Morales Bermúdez asumió el proceso de la segunda fase (1975 – 1980), toda la burguesía se plegó inmediatamente hasta recuperar las riendas del Estado el 28 de julio de 1980.

¿Transición o continuismo?

No hay duda que la transición democrática a la que se refieren los defensores de la democracia burguesa moderna no existe en el Perú.  Lo que existe, después de Fujimori – Montesinos, es la continuidad del programa neoliberal en todas sus líneas y sus conductas políticas fundamentales.
La Constitución neoliberal de 1993l no ha sido ni siquiera modificada.  Sus parámetros privatistas se siguen aplicando con mayor profundidad.  El Estado al servicio y bajo el dominio de las transnacionales se mantiene incólume.  Los derechos de los trabajadores se han vuelto casi una fantasía para el 80 % de la PEA ocupada.  Los presupuestos para la educación y la salud públicas siguen su tendencia al recorte real año tras año como política estructural de ahorro fiscal para cumplir con los objetivos macroeconómicos fijados por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Las ganancias de los enclaves mineros extranjeros se incrementan considerablemente, mientras que los salarios de los trabajadores, en el mejor de los casos, se han estancado. El Estado neoliberal impuesto en los 90 se ha consolidando con más fuerza por los gobiernos de Toledo y de Alan García en la primera década del siglo XXI.
Denominar transición al continuismo neoliberal es, realmente, un abuso en la utilización del lenguaje.
Si lo que ocurre en la estructura general del Estado y de la economía constituye la repetición mejorada del programa neoliberal, en el plano de la política diaria la situación es más clara todavía. 
Ni siquiera funciona la democracia liberal en su sentido moderno.  Lo que hay es un proceso de mayor descomposición del Estado de derecho y del proceso político en su conjunto, desde el gobierno central hasta los gobiernos regionales y municipales.
Un primer elemento de esa descomposición es la crisis de los partidos políticos, a la cual se pretendió “curar” con la Ley de los Partido Políticos y con la ampulosidad de requisitos para la inscripción de candidatos, con la ilusión de que las nuevas representaciones políticas serían más auténticas y legítimas para los militantes de cada partido, primero, y para los electores, consecuentemente.  Ni lo uno ni lo otro.  Los cupos para ocupar un puesto en las listas son más onerosos que antes.  Los votos golondrinos se fabrican permanentemente. La manipulación clientelista a través del financiamiento de las campañas constituye el método más frecuente, a tal punto que hasta personas con buena intención dicen que “para ganar una elección hay que tener dinero”.  Lo anterior deriva en la planificación del robo desde el poder para “recuperar” el financiamiento de las campañas y obtener ganancias.  Es difícil encontrar algún presidente regional o alcalde que no se haya convertido en empresario o que, siendo empresario, no haya aumentado considerablemente su fortuna personal con el ejercicio del cargo. No es casual que haya candidatos con procesos penales por robo al Estado,  prolongados indefinidamente.
El otro elemento es el oportunismo político para la promoción de alianzas, prestación de logos políticos (“vientres de alquiler”) para que aspirantes a cualquier nivel de gobierno puedan inscribirse para ser candidatos, sin ninguna consideración programática formal, aunque casi todos estén inscritos en los linderos del neoliberalismo, pues éste no sólo supone un programa económico, sino una conducta política pragmatista, cuya ética fundamente se define: “lo que es útil para mí es lo correcto”.  El transfuguismo que hoy campea en el Perú es hijo de la crisis de la democracia burguesa en nuestro país.  Cualquier parecido con lo que ocurre en otros países de América Latina no es pura casualidad. 

Un tercer elemento de la crisis política actual es la corrupción, vieja lacra del Perú republicano heredada de la Colonia, pero que se ha convertido en una ideología, en una manera “normal de pensar” para más gente de lo que uno se imagina: “ha robado pero ha hecho obra”.  Asco  producen numerosas candidaturas en el Perú.  Pero hay una población de mentalidad conservadora que levanta supuestas banderas moralistas contra Lori Bérenson, pero cierran sus ojos frente a las sucias candidaturas de su preferencia.  El comportamiento del Poder Judicial, la inutilidad y podredumbre del Parlamento criollo, el uso discrecional de los recursos públicos por el Ejecutivo y sus funcionarios, los enlaces corruptos con los grandes y medianos empresarios para enriquecimiento personal, las irregularidades delincuenciales en los concursos públicos, incluidas las licitaciones para obras públicas, etc., son las expresiones de un proceso de descomposición moral y de anomia ética en el Perú actual. 

La transición democrática de la que hablan ciertos analistas sólo existe en su cabeza. Lo real es que marchamo a una mayor descomposición del sistema político peruano.
¿Qué hacer?: transición o transformación
La primera cuestión que se debe abordar es la crítica despiadada al sistema dominante en el Perú, su estructura capitalista, incluido el proyecto neoliberal en sus significados económico, político, filosófico y cultural; y asumir firmemente una posición socialista, sin medias tintas “nacionalistas” o “socialdemócratas”.
En las condiciones actuales de la correlación de fuerzas, favorables a la burguesía neoliberal, forjar una tendencia política basada en un programa de transformación económica y social,  diferente y opuesto al programa capitalista, uniendo a todas las fuerzas de izquierda y  progresistas que estén dispuestas a defender la nueva alternativa que requiere el Perú; una alternativa que defina el rol del nuevo Estado que hay que forjar, perfilando una nueva Constitución democrática, patriótica, de profundo contenido popular y solidario, donde se definan con precisión los derechos que deben garantizarse para  las mayorías nacionales, el carácter nacional de la economía, la agricultura, la pesca, el transporte, la educación, la salud, el desarrollo industrial, la biodiversidad andino-amazónica, la electricidad y la telefonía, principalmente. 

Promover el deslinde ideológico con todas las tendencias y grupos de la derecha, tanto en el plano nacional como en el regional y provincial; una lucha de ideas para la educación política de las masas populares, principalmente de los trabajadores, a los cuales hay que organizar clasistamente como clase que debe asumir su papel para la transformación social del Perú.
Lo que viene ocurriendo en Lima con la campaña electoral municipal – regional puede conducir a un proceso de reunificación de las fuerzas populares a través de la candidatura progresista de Fuerza Social y su alianza con sectores de izquierda, siempre y cuando no obedezca a una unidad meramente coyuntural que pretenda cambiar algo para que nada cambie.  La candidatura municipal de la Sra. Villarán, sea cual fuere el resultado del 3 de octubre, por la adhesión que va cosechando en estos momentos, recoge la tendencia de las masas hacia la unidad de importantes sectores sociales cansados del proceso neoliberal, y  puede ser el germen de un mayor nivel de unidad y avance de las fuerzas democráticas, patrióticas, populares, progresistas y de izquierda hacia la confrontación electoral del 2011 para derrotar a la derecha neoliberal.   Para que eso sea posible, hay que levantar un programa de transformación social y no de acomodo al sistema.  Transformación y no transición continuista.
 
Iquitos, agosto 23 del 2010


martes, 17 de agosto de 2010

Hilaria Supa y la educación peruana: ¿elección sustantiva?

José Ramos Bosmediano, miembro de la Red social para la Escuela Pública en las Américas, ex Secretario General del SUTEP

Ha sido elegida la congresista del Partido Nacionalista Peruano, Hilaria Supa, Presidenta de la Comisión de Educación del Parlamento. Su elección viene siendo objeto de elogios por pertenecer, sobre todo, a la vasta población indígena del Ande peruano, extensiva a los demás países configurados por el macizo de montañas desde Chile hasta Colombia. Los elogios y los buenos augurios de su gestión se fundamentan en su origen cultural de ancestros prehispánicos; en su representación de una raza y hoy de una clase, la campesina, postergada desde hace más de 500 años de conquista española, primero, y avasallamiento republicano después; de su espíritu cultural que busca su reivindicación histórica al lado de las culturas indígenas amazónicas. Su llegada al Parlamento peruano, al lado de otras indígenas, como la puneña Arpasi en el período anterior, tiene que suscitar emociones optimistas en quienes, de una u otra manera, buscan construir un país justo y digno para las mayorías nacionales. Desde luego que también, la elección de Hilaria Supa, genera el rechazo y hasta la burla de esa derecha que siempre ha gobernando el Perú, principalmente de los neoliberales actuales, fujimoristas en su más extrema expresión, para quienes las culturas originarias del Perú no son otra cosa que la expresión del atraso en que vivimos. Para estos políticos, la elección de Hilaria Supa constituye una afrenta al “habla culta” de doña Martha Hildebrandt, cuyo espíritu de élite y conducta soberbia es la manifestación de su adhesión a todos los autoritarismos políticos del Perú republicano que le correspondió apoyar, así al de Juan Velasco Alvarado, como al fujimontesinismo donde milita actualmente. 
El problema de fondo de la elección de Hilaria Supa
Al margen de la valoración positiva al hecho de la elección de una mujer indígena a la Presidencia de la Comisión de Educación del Congreso y de la reivindicación política que ello significa para las culturas andinas y amazónicas, tratándose de la educación, no se puede caer, sin embargo, en la fácil deducción de que dicha elección nos traerá un cambio importante en la política educativa diseñada y actuada por la reforma educativa neoliberal que ha dejado el fujimontesinismo de los 90 del siglo XX, y que los dos gobiernos de la presente década no han hecho más que consolidar, como consolidó también la llamada Concertación chilena la reforma neoliberal del pinochetismo (1973 – 1990), en jaque hoy por su fracaso y por la lucha de los propios estudiantes chilenos.
El predecesor de Hilaria Supa, también del mismo partido, Wérner Cabrera, podría haber desarrollado iniciativas diferentes a la reforma educativa neoliberal, pero no fue así. Los mismos parlamentarios nacionalistas, que no son pocos, tampoco dejaron notar su capacidad para promover una reforma educativa diferente a la imperante. Incluso fueron incapaces de presentar una alternativa a la política magisterial que ha impuesto el gobierno aprista y cuya tendencia fundamental es la desregulación laboral de los docente peruanos. Y es que el nacionalismo de Ollanta Humala carece de un programa integral para el Perú, mucho menos de un proyecto educativo que signifique la reversión de la crisis educativa que el neoliberalismo sigue profundizando. Así como no basta el nacionalismo, tampoco es suficiente el origen indígena de los gobernantes para producir cambios en el Perú. Desde esta perspectiva, los “ilustrados” políticos de la derecha tampoco pueden vanagloriarse de sus actuaciones porque habiendo gobernado tantos años el Perú, no solamente mantuvieron las lacras heredadas del colonialismo español, sino que las profundizaron hasta volvernos un país impresentable ante cualquier comparación seria con las sociedades occidentales más desarrolladas.
La cuestión de fondo en la elección de Hilaria Supa es, pues, la de la inexistencia de un programa de cambios sustantivos en la educación peruana por parte de su partido, el PNP, y de toda su representación parlamentaria. Su presencia será simbólica y hasta encubrirá, inconscientemente, la permanencia de las políticas educativas neoliberales en curso. Al final, los aprofujimoristas que manejan el Parlamento podrán decir que la educación peruana sigue su curso normal.
Las modestas iniciativas de Hilaria Supa
Según la página 28 del diario La República de Lima, en su edición del 15/08/2010, con todos los méritos personales de Hilaria por haber llegado al Parlamento peruano y estar presidiendo una de las comisiones más importantes, las reformas que ofrece la parlamentaria, en su calidad de Presidenta de la mencionada comisión, son tres: un programa para la enseñanza bilingüe en el país, gestiones para la devolución de las piezas de Machu Picchu, la organización de foros para insistir en la elección democrática en las universidades, iniciativas muy modestas y hasta redundantes.
En el proceso actual de la enseñanza intercultural bilingüe en el Perú y América Latina, las experiencias demuestran que cualquier programa para esa modalidad educativa carece de sentido al margen de una reforma educativa integral. México es un ejemplo de fracaso de uno de los mejores programas de la enseñanza bilingüe, no obstante la convergencia, en ese país, de connotados investigadores de la lingüística, la antropología social y la pedagogía. Al respecto, la implantación del programa educativo neoliberal, a partir del gobierno de Salinas de Gortari (1988 – 1994), significó un inmenso retroceso para la educación mexicana, sobre todo para los más de 10 millones de indígenas mexicanos. La rebelión chapaneca de aquel año, precisamente, tuvo, entre sus principales banderas reivindicativas, la educación indígena intercultural bilingüe. La intención de Hilaria Supa es, por supuesto, digna de elogio, pero sin revertir la actual reforma educativa neoliberal y las políticas económicas y sociales que la sostienen, es imposible asegurar un programa educativo bilingüe como el que el Perú requiere.
Sobre la segunda propuesta, hasta donde sabemos, hay muchas instituciones estatales que vienen haciendo gestiones para que la Universidad de Yale nos devuelva los bienes culturales que pertenecen a Machu Picchu. Una gestión más, como la que anuncia Hilaria, puede ser importante, nuevamente como una buena intención, pero nada determinante para que los bienes sean devueltos por aquella Universidad. Además esas gestiones carecen de importancia como política educativa para enfrfentar al modelo neoliberal que hoy administra el Ministro José Antonio Chang.
¿Y qué decir sobre los foros que anuncia Hilaria Supa para promover la elección democrática en las universidades? Nada más que se trata de un asunto muy parcial de la reforma que requiere el sistema universitario, cuya Ley requiere ser cambiada con urgencia y no solamente para ver el sistema de elección de autoridades, sino para plantear con claridad el tipo de Universidad que requiere el Perú, la Universidad Pública como bien colectivo, con una posición firme frente a la existencia de las universidades privadas, verdaderas empresas para el lucro personal de sus dueños, huachaferías supuestamente académicas que nos deparan una población con educación superior apta sólo para la supervivencia de una sociedad atrasada, al margen del desarrollo de la investigación científica y tecnológica. Se requiere una Ley que redefina el cogobierno universitario y la reivindicación de la autonomía en su sentido académico y administrativo. Quienes vienen sosteniendo que las elecciones universales, secretas y directas de las autoridades universitarias resolverá el problema, ocultan el hecho de que hay maneras y medios de mover las campañas lectorales para producir un resultado favorable al enquistamiento de los mismos grupos que han venido gobernando las universidades, o de nuevos grupos que carecen de un programa democrático y científico de Universidad Pública.
Si hay alguna propuesta que sea digna para una Presidenta del Congreso como Hilaria Supa, para su clase y para las mayorías del país, no es otra que la de una reforma educativa integral, democrática y patriótica, diferente y opuesta a la reforma neoliberal, trayendo abajo, en primer lugar, todo el armatoste jurídico que ha dejado el fujimontesinismo y todas las leyes educativas que el toledismo y el alanismo han promulgado para favorecer la privatización de la educación.
Iquitos, agosto 16 del 2010

Nota de Redacción : Ciertamente no resulta fácil asumir la defensa de algunos logros alcanzados por la dirigencia nacionalista pero tampoco podemos  mediatizar el manejo romántico de la oligarquía peruana que por coherencia ideológica quiere que satanicemos la iniciativa de nuestras instituciones minoritarias.